Mira los arlequines by Vladimir Nabokov

Mira los arlequines by Vladimir Nabokov

autor:Vladimir Nabokov [Nabokov Vladimir]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Spanish, Novela
publicado: 2008-07-04T22:00:00+00:00


TERCERA PARTE

1

Ni Asesinato bajo el sol (título que dieron a la versión inglesa de Camera Lucida mientras yo estaba hospitalizado en Nueva York) ni El sombrero de copa rojo se vendieron bien. Mi ambiciosa, hermosa, extraña novela Véase en Realidad brilló fugazmente al final de la lista de bestsellers de un diario del oeste y desapareció de allí para siempre. En tales circunstancias, no pude sino dar la conferencia a que me invitó en 1940 la Universidad de Quirn, entusiasmada por mi renombre europeo. Después me nombraron profesor en la misma universidad y llegué a ocupar en ella un cargo importante en 1950 o 1955: no encuentro la fecha en mis notas.

Aunque recibía una remuneración aceptable por mis dos clases semanales sobre Obras Maestras Europeas y por mi seminario de los jueves sobre el Ulises de Joyce (empecé con 5.000 dólares anuales y llegué a ganar 15.000 por los años cincuenta) y me habían pagado de manera espléndida los cuentos publicados en El dandy y la mariposa, la revista más bondadosa del mundo, no me sentí cómodo hasta que mi Un reino junto al mar (1962) compensó en parte la pérdida de mi fortuna rusa (1917) y disipó toda preocupación financiera. No suelo conservar recortes de críticas adversas y reproches envidiosos, pero atesoro la siguiente definición: "Este es el único caso en la historia en que un europeo se ha convertido en su tío rico norteamericano (amerikanskiy dyad-yushka)". La frase es de mi fiel Zoilus, Demian Basilevski, uno de los pocos y enormes saurios del pantano emigré que me siguieron en 1939 a la hospitalaria y admirable Norteamérica, donde en menos que canta un gallo fundó un periódico en ruso que aún hoy, al cabo de treinta y cinco años, sigue dirigiendo en su heroica chochez.

El departamento amueblado que por fin alquilamos en el último piso de una hermosa casa en Buffalo Street me gustaba mucho a causa de un estudio excepcionalmente cómodo, con una gran biblioteca llena de obras sobre Norteamérica, entre ellas una enciclopedia en veinte volúmenes. Annette habría preferido una de las estructuras estilo dacha que nos mostró el administrador; pero cedió ante mis argumentos: lo que en verano parecía abrigado y curioso, sería gélido y sórdido en el resto del año.

La salud emocional de Annette me preocupaba: su cuello grácil parecía aún más largo y delgado. Una expresión de suave melancolía daba una nueva, ingrata belleza a su rostro boticelliano: el hueco bajo los pómulos se acentuaba con el hábito de hundir las mejillas cuando estaba pensativa o vacilante. Todos sus fríos pétalos permanecían cerrados en las raras ocasiones en que hacíamos el amor. Su distracción se volvió peligrosa: los gatos noctámbulos sabían que la misma deidad excéntrica que no había cerrado la ventana de la cocina dejaría abierta la puerta de la frigidaire; el cuarto de baño solía inundarse mientras ella hablaba por teléfono, frunciendo la límpida frente (¡qué poco le importaban mis dolores, mi creciente locura!), para averiguar cómo seguía la jaqueca o la menopausia de la ocupante del primer piso.



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